• Martes, 06 de Mayo de 2014

    No existen límites en el tratamiento del cuerpo humano Arturo Rivera

    Martes, 06 de Mayo de 2014
    IttaMagazine/ Jose Angel Leyva

    De los pintores contemporáneos mexicanos cuya obra resulta tan multivalente para el espectador como Arturo Rivera. Catalogado por muchos como uno de los máximos exponentes de la pintura nacional, al lado de Francisco Toledo, Rivera es sin duda una referencia obligatoria de la plástica nacional e incluso a escala mundial, como lo demuestra su reciente triunfo en la Bienal Internacional de Beijing, donde obtuvo el primer lugar.

    ?Qué significa el cuerpo para ti?

    Lo es todo, es lo nuclear. Raras veces, o casi nunca, he realizado naturalezas muertas. Me interesan muchos los cuerpos, los rostros, pero sobre todo los huesos de la cara, que definen la estructura y el carácter de un personaje. Los pómulos, las quijadas; las clavículas también me llaman mucho la atención. Podría pensarse por ello que busco siempre la delgadez, pero no, tengo además interés por la obesidad y, claro, por las mujeres de figuras esbeltas, normales. Quiero pintar, con el mismo interés, gordas y anoréxicas. El desnudo es, para mí, la dignificación de la belleza corporal. Hallo una diferencia básica entre decir un desnudo femenino y una encuerada. La primera responde a una idea estética, la segunda a una situación vergonzante o de plano a una escena en la PGR.

    Supongo que en plano de tu búsqueda estética el cuerpo no necesariamente responde a una belleza convencional. Lo que para unos es bello para ti puede ser plano, aburrido. ¿Qué buscas en un cuerpo o un rostro a la hora de pintarlo?

    Hace tiempo, un matrimonio me encargó un retrato de la señora. Lo hice y quedé muy satisfecho con los resultados. Para mí, es un retratazo, pero el marido y los hijos escondieron el cuadro porque les parecía muy duro, muy fuerte para colgarlo en una pared. Entonces me pidieron un retrato blanco de la señora. No entendí lo que me pedían y entonces me dijeron “ya pintaste la parte oscura de ella, ahora haz la parte luminosa”. Por supuesto, me negué. Yo hice un retrato de una mujer de acuerdo a mi propia estética, de mi perspectiva artística. Eso es lo que vi y eso lo que retraté.
    La belleza que me gusta, que busco, reside en la expresión, en la personalidad. Hay por supuesto la belleza convencional, la hermosura que responde a ciertos cánones mercantiles y sociales, pero a un artista plástico lo que le atrae es cierta interioridad del cuerpo, de un rostro. Esa correspondencia entre lo externo y la vida íntima de una persona, su profundidad.

    Persona es máscara. ¿Cómo funciona en ti el juego entre realidad y apariencia?

    Para un pintor realista es lo más importante. Entendiendo como realista a alguien que trabaja con la realidad objetiva. Para mi es realismo y no hiperrealismo, como actualmente se pretende manejar el concepto. Hablo no de un realismo a la manera del siglo XIX sino de un realismo contemporáneo.

    Pero la realidad no la trasladas así de manera directa, tu obra emite otros significados, códigos que nos hablan de un discurso personal y complejo.

    Claro, yo altero la realidad o hay otros elementos que la distorsionan, que modifican su presencia en mi propio mundo. Simplemente la proximidad de un objeto con otro, que nada tienen que ver entre sí, generan una atmósfera perturbadora, una metáfora. Un elemento objetal con una persona, o, por ejemplo, una mujer con un nautilus —un elemento perfecto–, que es algo que he hecho, te dan una idea de la proporción y de las líneas que los distancian y al mismo tiempo que los aproximan. Eso para mí es una metáfora.

    ¿Tu mirada de artista ha cambiado con el tiempo?

    La mirada cambia con uno, pero al final de cuentas uno hace siempre el mismo cuadro, porque lo que uno pinta es lo que uno es. Pueden ser otros modelos, otros personajes, pero ellos representan, expresan lo que yo soy, lo que he dejado de ser para confirmarme en lo mismo.
    La decrepitud, la vejez, conserva la belleza de la infancia y de la juventud. En esta etapa se definen con mayor energía los rasgos que uno acusa ya de niño o de adolescente. Con la edad se marcan las líneas de la cara, del carácter. Por ejemplo, yo tengo rayas en la cara que manifiestan mi temperamento, mi personalidad. Aunque esté contento, estas dos arrugas en mi entrecejo se hacen presentes, no desaparecen, evidencian una manera de ser, la angustia, el asombro, el miedo.

    ¿Qué piensas de las intervenciones quirúrgicas para transformar los cuerpos con fines estéticos o con propósitos de performance? En tu obra hay una presencia muy fuerte de instrumental quirúrgico y de cuerpos yacentes, como en aquella expo “Ejercicios de la buena muerte”, donde tú eres un personaje central.

    La intervención quirúrgica generalmente está mal hecha porque hay una alteración de una forma natural y eso se nota. Por eso mis modelos no son profesionales sino amigas que me buscan o invito a posar para mí. Tengo una modelo que aparece en casi toda mi obra porque me gusta mucho su imagen y responde bien a mis necesidades expresivas. Tengo más de diez años haciéndola aparecer en mis pinturas. Por cierto, me han propuesto hacer un libro sólo con ella, como personaje de mis pinturas.

    De tu obra se habla como representante de la belleza de lo terrible, emparentada con Goya, Lucien Freud, Bacon¿Qué piensas de tales opiniones, te identificas con esa etiqueta?

    Es un calificativo que han repetido algunos críticos para referirse a mi trabajo. No sé si comulgo con ese juicio, pero he aprendido a verlo desde esa perspectiva conceptual por lo que dicen, no por lo que veo o descubro en mi obra. No pretendo responder a un determinado juicio. Claro, siempre me he sentido atraído por artistas comoLucien Freud, Francis Bacon, Rembrandt, Van Gogh, Diego Velázquez. Van Gogh en mi juventud, Velázquez siempre.

    Quizás por ello el doctor Fernando Ortiz Monasterio, uno de los grandes médicos de la cirugía reconstructiva y plástica de México pensó en ti para aquella serie sobre deformaciones físicas.

    Él tenía el proyecto de un libro que nunca se hizo y que se llamaba “El arte de mover las órbitas”, refiriéndose al hiperteleorbitismo. El tenía una técnica para juntar los ojos. Hice 10 cuadros, pero sólo tres o cuatro refieren el hiperteleorbitismo. Por cierto, el único compás áureo que tengo me lo obsequió él, que lo usa para medir las cabezas. Yo era amigo de sus hijos y luego me hice muy amigo del doctor, fue entonces cuando me propuso hacer una serie de pinturas sobre deformaciones físicas que él operaba y corregía.

    ¿En qué etapa de tu pintura adviertes que hay una mayor identificación con el cuerpo o con cierto tipo de cuerpos? ¿Hay alguna fase de tu obra que te satisfaga más?

    No hay una específica. Cuando reviso mi obra en los libros que se publican me sorprenden ciertos momentos, ciertas imágenes y autorretratos, pero no volvería a hacer lo mismo, optaría por la búsqueda actual, por la presencia de estos cuerpos que ahora pinto y que me dicen otras cosas, pero que en verdad forman parte de mí mismo, del de ayer y del de ahora. La obra se sintetiza, cambia con uno. Eros y Tanatos están allí presentes, con ritmos alternos pero constantes. He tenido una vida amorosa muy intensa quizás por ello mismo aparece con semejante fuerza la muerte. Ya no le tengo tanto miedo al vacío, a los silencios, mi obra como mi vida se depuran, se hacen más sencillas, pero con un significado más profundo. Los jóvenes quieren llenarlo todo, cubrir todos los espacios. Con la edad, al mirarme en el espejo o en las fotos miro cada vez más a mi padre. Lo descubro a él en cada uno de mis gestos. El paso del tiempo te aproxima a la imagen de la muerte. Ello significa que mi pintura refleja mi origen; la originalidad no está en lo que nadie ha hecho, sino en el descubrimiento de ese origen, de dónde partes. El arte para mí es un camino de introspección, un proceso para sacar el origen. No puedo negar que cada uno de esos cuerpos que pinto soy yo, salen de mí mismo, son mi cuerpo, mi ser más profundo.