• Domingo, 19 de Agosto de 2018

    Martha Julia: la Penelope oaxaquena

    Domingo, 19 de Agosto de 2018
    ittaMagazine/XtransMagazine

    Texto Omar Hernandez

    Al principio fue la indefinicion. ¿Que queria ser cuando fuera grande? ¿Mujer? ¿O conformarse cargando el caparazon de hombre que traía de origen? ¡Como si el coño no hablara! Entonces la crisálida se abrió y emergió la Martha Julia que llevaba dentro. Tan pronto como pudo extendió sus alas para salir volando de aquel pequeño municipio oaxaqueño; infiernito obtuso cuyos moradores nunca disimularon las risotadas burlonas que estallaban tan sólo con verla quebrarse al andar. Su amaneramiento les alborotaba la bellaquería, los pucheros, el desprecio elongado que ella les endurecía.
    Martha Julia voló y voló hasta ir a posarse sin delicadeza alguna sobre la Calzada de Tlalpan, en un Distrito Federal, antes de ser la CDMX incluyente y gays-friendly que hoy alardea —la muy ingenua— de ser. Como señuelo para atraer a sus clientes usaba ésos sus ojazos negros como el pecado, con los que parecía sonreír, a pesar de que sus “tequiero” eran pagados, a pesar de que su vida no era llevadera si no estaba bajo los influjos de algún estupefaciente. Siempre era portadora de una sonrisa, porque de alguna manera tenía que exorcizar el pienso de que también era portadora de sida.
    Al principio era generosa con los mirones: oreaba la mayor parte de su anatomía con vestiditos mínimos, pero después su piel ya no fue bronceada sino de un rojo azulado que delataba el sarcoma de Kaposi que le invadió su principal herramienta de trabajo: la cara. El maquillaje ya no fue suficiente para oculta sus llagas.
    Su vida nunca fue rosa. Accidentada, violenta, acosada; de hecho sólo estaba tranquila durante las mañanas y una parte de la tarde, en que dormía, cuando soñaba con que un machín descubriera algo especial en ella; cuando soñaba con cosechar de algunos labios masculinos (y mamadores) una promesa de amor. Pero en realidad esa flor del compromiso que ella sembró en la maceta de su imaginación apasionada de niña, fue una flor que a nadie, nunca, le apeteció colocar en su florero particular, y menos, dentro de lo que se dice un hogar.
    Pero, ¿cómo comenzó su caída en espiral? Sucedió en un tris, más bien en un “crash”. Comenzó a prostituirse al subir al auto de un muchacho ebrio que chocó contra un poste y ella terminó con clavos dentro de la piel. Aunque esta anécdota ella preferiría borrarla pero, cada paso que dio a partir de entonces testimoniaba su secuela: quedó irremediablemente coja.
    La melancolía eterna de los locos habitaba en su cabeza. Un tris era suficiente para pasar de la carcajada batiente al llanto demoledor pues Martha Julia esperaba la muerte, aunque en el inter, nunca se cansó de esperar a su príncipe azul, que llegara a bordo de un auto nuevo, y que no viniera a contratarla por 350 pesos; aunque todos sabemos que los príncipes no apetecen pasear por calles que huelen a miados; donde la escasa iluminación a veces oculta los cuerpo de las sexoservidoras trans, derribados a puñetazo limpio. Esto ha pasado ya con más de 300 de las nuestras.
    Aquí, en la calle, las madrugadas las pasa tiritando de frío y tambaleándose de borracha regresa a su pequeño cuarto en Santo Domingo, cerca del Estadio Azteca, donde destapa una lata de atún y se acuesta en una colchoneta que la transporta cual tapete mágico al mundo de los sueños, donde sueña que es un ama de casa que a su vez sueña con ser puta, y entonces se levanta mentalizada con que está viviendo una vida de sueño realizado.
    Pero algún récord rompió Martha Julia: fue la boca más rápida de Calzada de Tlalpan. Era capaz de despachar a cinco clientes en 15 minutos formados de uno en fondo. Sabe cómo terminarlos, uno a uno, para luego regresar con su amigo, escupiendo y limpiándose con el dorso mientras pregunta como si nada: “—¿En qué estábamos? Ah, sí, en que no me ha llamado el desgraciado—”.
    Entre otros de los sórdidos capítulos de su vida Martha Julia tuvo dos ingresos al reclusorio por robo con violencia. Ya se le podía ver dándose golpes a matar con sus compañeras de la calle; o bien, aumentar la intensidad de su cojera por haber recibido balazos en las piernas, pero llorando más por un amor que, como todos, se marcha antes de concretarse. Martha Julia llorando, taconeando al paso de los autos y ventilando su soledad y sus senos de silicona y hormonas.
    Sí, es cierto, se portaba mal. Pero todas estas anécdotas, contadas en primera persona, hacían que las fechorías parecieran travesuras; como aquella en que su mejor amiga —una transexual como ella— los encontró a ella y su novio —suyo de ella, de la amiga, pues— desnuditos y sobre su cama; o aquella del cliente al que le hundieron un picahielo en el ojo por no querer pagar. ¡Ay, wey! Esa anécdota sí estuvo muy fea y merece ser contada con mayor destalle y menos cinismo. Marta Julia la contaba así:

    “Se paró el carro y me dijo que me subiera. Me trepé. Él venía borracho. Me preguntó que cuánto cobraba; le dije: —300 pesos más el hotel, o si quieres me lo haces en tu carro—. Luego me comenzó a acariciar las piernas y me sacó las chichis. Se me quedó viendo y me preguntó que si era hombre o mujer. Yo le dije que era hombre, y él me dijo que entonces no, que él quería mujer. Yo respondí: —Como quieras, pero ahora me pagas, porque tú ya sabes que en esta calle estamos puros hombres, así que págame—. Él no quiso y como todavía estábamos estacionados le comencé a pegar. Las otras jotas vieron y lo bajaron del coche a golpes. La Silvana le dio una patada en el cuello y le hizo un hoyo con su tacón y la Paulina le hundió el picahielo en el ojo. Nos fuimos corriendo. Ya luego pasé en un taxi y había patrullas y una ambulancia, por eso me vine más pa’acá. Lo bueno es que traía una peluca güera en mi bolsa y ya con ésa no me reconoce ni mi mamá.”

    Y como a las personas se les conoce por sus modos de platicar los sucesos, aquí viene otra anécdota de la que se desprende su personalidad:
    “Llegó un cliente y que se para frente a mí; la verdad se impresionó con mis curvas. Me comenzó a acariciar las piernas y entonces que me le volteo contra la pared y me alzo un diez la falda. Pa’pronto me acarició de adelante para atrás, en medio de las piernas, entonces su mano se encuentra con mi ñonga bien parada. La verdad como que le valió pito y me siguió tocando. Entonces, el muy espléndido me dice que me va a dar un regalo, y me extiende una Viña Real servida en un gran vaso de plástico. ¡Pedazo de guarro! Entonces se lo aventé a los pies y le dije: —Yo tengo dinero para eso y más. No necesito un regalo tan ostentoso, y menos de un joto jodido al que le encanta agarrar pitos—. Salió por patas chorreando su costosísima Viña Real en la banqueta. Enseguida me fui al Oxxo de la esquina y me compré una viña para mí solita y le invité a mi amigo una Coca y unos cacahuates, para que vean que yo no soy marra y tengo más poder adquisitivo que mi clientela”.
    Y es que Martha Julia no era tacaña, ni siquiera para contar sus historias desgarradoras, como aquella de su segundo ingreso al reclusorio, cuando un custodio golpeola y violola. “—Por lo menos se cumple el dicho de que en el castigo lleva la penitencia, el penitenciario penitente. ¿Por qué? Pues porque no usó condón—”, me dijo con una sonrisa traviesa la muy enferma de sida.
    Ahora bien, ¿qué pasó con ella? Murió a fines de febrero de 2014. Descansa en la fosa común del panteón de San Lorenzo, en la zona de los que no tienen quién les lleve una flor hasta la tumba. Quizá un día de éstos le lleve una rosa y una lata de atún (que era un manjar para ella); aunque pensándolo bien, mejor no. Quizá al volverme sienta el latazo en la tatema y una voz de ultratumba me incrimine con un: “Joto jodido”.